Chute de adrenalina máxima
Hola amigos, el día de hoy ha sido de lo más ‘adrenalítico’ de mi vida…
Ayer por la mañana, se decide que será mi día de la suelta, es decir tendré que volar solo en el globo, miento, estará también Emilio, que filmará lo que ocurra y lo que nos ocurra, qué tío, qué valor tiene, yo no lo haría…
Casi no duermo de los nervios. Imaginaros, sólo he tomado dos clases de vuelo en globo y ahora tengo que hacerlo solo, y en el Amazonas, donde no hay lugares para aterrizar: o en el agua o en los árboles…
Cargamos las lanzaderas (canoas con motor), y localizamos un punto donde pensamos que los vientos me llevarán a otra posición que tenemos más o menos calculada. Descargamos todo, instalamos el globo, tarea siempre tediosa, y cuando está el globo montado y casi inflado, Ángel, Miquel y Carles, deciden que es mejor que no vuele, se ha levantado viento y, sobre todo, hay fuerte térmica.
Yo que estaba con los nervios de punta…, y ahora se cancela … pues nada, ésto es así, ya me avisaron que lo más difícil es decir que no.Recogemos todo, lo metemos en las canoas y de vuelta a Cuieira, al campamento base.El resto del día lo dedicamos a reparar el globo grande en la aldea, lo inflamos y lo atamos con cuerdas, lo que se denomina ‘vuelo cautivo’. Se trata de que suba un poco pero no se desplace.
Para probar la dureza de la reparación metemos a gente del pueblo en el globo, los subimos a 20 metros y los bajamos, así vamos paseando a todos los de la aldea y alguno más que llega de zonas vecinas. El pueblo se convierte en una fiesta, disfrutamos de lo lindo.
Pero el globo reparado no nos convence del todo, lo han cosido las lugareñas, y no tenemos el material necesario de nylon, ni el cosido apropiado. Son cosidos comunes de aguja e hilo, y así hemos tapado 50 agujeros, alguno de 3 metros de grande … ¡y con este globo tan precario pretendemos batir el record! Miro de reojo a Carles, que dirigió las tareas de reparación, y me responde que no le mola nada de nada el estado del globo.
Al atardecer se desata una fortísima tormenta (algo habitual), recogemos el globo, cenamos, y a la cama. Mañana madrugaremos, nos levantaremos a las 4.30h para preparar el globo y estar volando a primeras horas del día, será mi segundo intento de volar solo… ¿conseguiré que me den la suelta?. De nuevo nervios, tensión, apenas sin dormir, y un nuevo día…
Amanece, y seguimos el plan previsto anoche: llevamos todo en las canoas, localizamos otro lugar porque el viento está “raro”, algo me dice que no va todo bien… pero decidimos seguir con el plan. Armamos el globo, y cuando estoy a punto de subirme, con la vela inflada, Ángel me dice que el viento ha vuelto a cambiar de dirección y, además, está aumentando de velocidad… éste es el enemigo numero uno del globo, el fuerte viento en superficie…
Deciden que hoy tampoco habrá vuelo para mi solo, no me lo puedo creer ¡qué mala suerte! y estas indecisiones me están atacando los nervios. Después de consensuar me comentan ¡que no tendré suelta solo! Ángel se montará conmigo, y nos acompañará Emilio. Realizaré el vuelo sin que nadie toque ningún mando, lo manejaré yo, pero bajo al supervisión de Ángel. La verdad es que me llevo una decepción. Ésto no es una suelta de vuelo en solitario, pero es lo que hay…
Despegamos sin contratiempos, efectivamente el viento es fuerte, nos saca del rumbo que habíamos calculado y me tengo que elevar a 200 metros para pillar algún viento que recomponga mi rumbo. Decididamente volamos por donde no queríamos, hacia el interior de la selva, con una sola opción de aterrizar sobre el río Negro entre selva y selva. En este caso no puede haber fallos o nos iremos Dios sabe dónde…
Y ahora viene lo mejor … ¡no os lo perdáis!
Cuando estoy en vuelo de crucero, un fuerte viento nos lanza a 60 km/h, y después a 40 km/h mantenidos. Siento alivio y pienso “menos mal que subió Ángel en el último minuto…” porque dónde iría yo a parar, solo, con ese viento, y con una sola oportunidad para aterrizar en el agua y no en la selva…
Cuál no sería mi sorpresa mayúscula y mi incredulidad, cuando veo a Ángel que se pone un paracaídas y bromea diciendo que es “por si acaso, que él nos salvaría a los dos…” Me pregunto si será así, pero Ángel de repente se sube al borde de la cesta del globo, y sin ninguna pregunta, me dice en tres segundos: “¡Que tengas suerte Jesús¡”
¡¡Y el tío, va y se tiraaaaaaaaaaa…!!!
Me quedé estupefacto … yo solo en la cesta del globo, con Emilio filmándolo todo y vientos a 40 km/ ¿Os imagináis? ¿no parece una auténtica pesadilla? ¿que se tire el piloto en vuelo y te diga que tengas suerte?.
Pues allí estábamos Emilio y yo. Emilio, un pedazo de profesional que filma hasta el último detalle, sin protestar ante semejante situación… y, encima, no podíamos hacer nada …. En estas circunstancias, sólo dependemos de mi mini cursillo de dos vuelos y dos horas de vuelo…
Recapitulo todo lo aprendido, lo que Ángel hacía, cómo lo hacía, y sobre todo me acuerdo de todos mis profesores de vuelo, tanto de los globeros como de mi instructor de avión, Bernardo, o de helicóptero, Luís. Todos dicen lo mismo: “siente cómo vuela, después interpreta, y finalmente actúa.”
Cojo aire, y me pongo a pilotar. Lo primero que hago es ver dónde ha caído Ángel, es espectacular verle tirarse por la barquilla, en un vuelo corto (se tiró el bruto desde sólo 200m), aterrizando en la selva, ¡y quedando colgado de los árboles! Informo por radio en qué posición ha caído más o menos, que el aterrizaje no ha sido bueno y que puede tener problemas. Después me centro en resolver el mío, veo que se termina la mancha de selva, observo el río Negro y, al fondo de la otra orilla, la selva más salvaje que os podáis imaginar.
Decisión inmediata: perder altura, pero con una velocidad vertical de máximo 1.5 metros por segundo, algo difícil de calcular que hago abriendo un poco la parte alta del globo (se llama paracaídas), que es por donde se escapa el aire caliente y el globo desciende.
Me pasé abriendo esa escotilla ¡y el globo empieza a caer como una piedra! Nervioso, activo el doble quemador y consigo atenuar la bajada, aún así me aproximo al río a tal velocidad que me voy a estampar, además traemos mucha inercia del descenso y del fuerte viento de altura. Me fijo en el variómetro y me doy cuenta que no conseguiré frenarlo a tiempo. Le grito a Emilio:”¡entra en la cesta!¡ YA!”, él está colgado por fuera para hacer las tomas. Se mete rápido, guardamos los instrumentos en el bidón estanco, y nos preparamos para el fuerte impacto…
Efectivamente caemos contra el agua y la cesta se llena inmediatamente, se inclina, pero consigo enderezarla sin que se apaguen los quemadores … Hemos tenido suerte, pero queda lo peor… De nuevo reboto a 80 metros y ahora tengo que descender porque se me está terminando el río y me voy a estampar en mitad de la selva, así que abro la parte alta del globo (el paracaídas) para que, rápidamente, salga aire caliente y el globo empiece el descenso, a la vez le doy al quemador para recuperar algo de calor en el interior de la vela y atenuar la bajada.
La idea parece funcionar y consigo reducir a tan sólo 0.5 metros segundo, velocidad perfecta para la toma… 20 metros, 10 metros, 5 metros, 3, 2, 1 metros y contacto. ¡Increíble, a tan sólo 20 metros de la orilla consigo posarme suavemente dejando la barquilla derecha y, además, mantengo la vela erguida con ligeros toques de gas para que no caiga al río!
Amigos, he hecho un aterrizaje que no se lo creen ni mis maestros. Y el globo intacto! Emilio y yo, a salvo, gritamos de emoción, lo celebramos con euforia. Excitación, orgasmo, que más se puede decir, he volado solo en unas condiciones complicadas y he aterrizado en el afluente más importante del Amazonas, tan suavemente que no nos hundimos como en anteriores vuelos. Por si fuera poco, conseguimos tener el globo erguido, manteniendo la flotación hasta que vino el rescate.
Después, poco a poco, pusimos el globo contra los árboles de la orilla, y lo rescatamos sano y salvo. Pero queda rescatar a Ángel, no sabemos nada de él y esto es urgente… Utilizamos las canoas lanzaderas y nos ayudan dos indianos de una aldea vecina. Nos adentramos en la espesura de la selva para intentar localizarle, con los nervios se olvidó la radio, y no hemos podido contactar con él…
Damos pasadas por la selva anegada, estamos en la época de las lluvias y parte de la selva está inundada. En este lugar no hay casi tierra firme, todo está sumergido. Los dos indianos nos dicen que es peligroso bajarse de la canoa, el terreno está infectado de cocodrilos y de rayas arponeras que se encuentran en los fondos anegados, y que al pisarlas te lanzan un arpón que te atraviesa la pierna, o lo que pillen.
Pero no conseguimos ver a Ángel, así que no hay más remedio que calcular el área donde ha podido caer, y prepararnos para caminar con el agua hasta la cintura y, en ocasiones, hasta el pecho.
Lo hacemos por esta selva anegada, no se ve el fondo, las aguas como su nombre indica son negras. Caminamos sin ver nada, no sabemos donde pisamos ¿estarán las rayas debajo? ¿o los cocodrilos? ¿o las grandes serpientes del Amazonas?. Penetramos en el interior con la ayuda de los indianos, ¡menos mal que nos acompañaron!, ellos tienen su técnica de hacer ruidos y agitar el agua para espantar a los bichejos malignos.
Después de un buen rato ¡localizamos a Ángel!
Está colgando de un árbol, no pudo llegar al suelo, ni ha podido cortar el paracaídas porque había mucha altura hasta el suelo. Estaba al límite, las piernas dormidas y con dolores de la incómoda posición … y encima, muy preocupado por nosotros, él no tenía noticias de nuestro aterrizaje. A decir verdad, no creo que estuviera muy preocupado, pienso yo, porque el cabroncete se tiró sin avisar, así que, o confió mucho en mí (cosa que dudo, con sólo dos horas de vuelo) o está más grillado que nosotros, y eso es difícil…
Al final, todos contentos: globo recuperado, Emilio sano y salvo al igual que yo … y Ángel vivo para lo que le pudo haber pasado al aterrizar en mitad de la selva. Estoy contento, he tenido la suelta en globo más espectacular que ningún alumno haya podido tener.
Todo ha salido bien, ¡y no veáis como lo celebramos! Ahora nos hemos dividido en dos grupos. Uno regresará a Manaus, a cargar las botellas de propano. Yo me quedaré con Javier y Emilio en otra aldea para aprender las técnicas de supervivencia necesarias en esta terrible selva. Además, viviremos durante dos días con un indiano en mitad de la selva para estar a punto en estas fundamentales técnicas en el Amazonas. Tendremos que aprender a localizar comida, cazar, pescar, hacer fuego en la lluvia, orientarnos, afrontar cocodrilos, serpientes y otros animales peligrosos. Será vital para nuestro objetivo, por si caemos en la selva.
En dos días nos juntaremos de nuevo los dos grupos, y pondremos rumbo a las partes altas del río Negro, a más de 500 kilómetros hacia el interior de la selva. Estaremos a 2.500 km del Océano Atlántico en mitad de la nada, en la selva más hostil que existe en el planeta. Intentaremos algo que nadie ha conseguido anteriormente, y que ni siquiera ha planteado: batir el record de vuelo, en distancia y tiempo, en un globo de aire caliente en mitad del Amazonas, en su parte más inhóspita. Dependeremos sólo de nosotros. Si algo sale mal, o los vientos cambian su rumbo, no sabremos dónde iremos a parar. Y cuando el gas se termine, nos estrellaremos en este impenetrable territorio.
Si sobrevivimos al impacto, luego tendremos que caminar, nadar, y lo que haga falta, hasta encontrar un afluente que nos lleve a algún río donde el barco nos pueda rescatar. Dependiendo del lugar donde ocurra, el rescate puede tardar un día, dos, una semana o un mes. Al menos sabemos lo que hay y estamos preparado para todo, aunque no sé si para enfrentarnos cara a cara con un jaguar, una anaconda, o un gigantesco cocodrilo .. y los hay ¡a miles!
Como veis es una de las expediciones más brutales y ‘adrenalíticas’ de toda mi vida. Estad atentos, el desenlace es una incógnita… pero, de momento, hemos logrado cosas que nadie había conseguido antes… y lo que queda es el plato fuerte…
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