Continuamos nuestra penosa andadura por nieve profunda. Las rampas son increíbles, los yaks, abren muy lentamente una trinchera en la nieve, aunque se hunden hasta la barriga. En ocasiones tenemos el alma en vilo porque resbalan y en el último momento consiguen sujetarse. Un error y se precipitarían miles de metros al vacio absoluto. Nosotros extremamos las precauciones para no resbalar. Subimos rampas en las que se debe usar crampones y piolet, pero todos vamos sin ellos. Sólo nos centramos en dirigir los salvajes yaks.
Es de una belleza absoluta ver a los yaks ascender casi milagrosamente por laderas repletas de nieve y hielo. Estamos ascendiendo una auténtica y demoledora montaña de 5.600 metros, casi la altura del Kilimanjaro, y son los animales los que abren huella, los que cargan todas nuestras cosas. Dependemos absolutamente de ellos para nuestra supervivencia. Los chicos yakeros, son los que menos trabajan. Están helados de frío, beben todos los días, no tienen fuerzas y uno de ellos va calzado con unas sandalias con los calcetines rotos. En los descensos pierde las sandalias y camina sobre la nieve con calcetines agujereados. Le ofrecemos las botas de escalada pero no las quiere, dice que son muy rígidas.Prefiere ir en calcetines a 5.600 metros, con un día friísimo. ¡No entendemos nada!
Qué día tan extraño: nepalíes que aparecen de la nada y van a un suicidio premeditado, un yakero que camina en calcetines rotos, el otro yakero con las manos en los bolsillos, ¡cinco collados gigantescos que no estaban en los planes de hoy ni en los mapas!
No puedo describir en palabras lo que ha significado para mi acompañar a una caravana de yaks cruzando estos collados. Es como retroceder cientos de años en el antiguo Tíbet. Simplemente es mágico estar aquí ayudando a los yakeros, a Phuntchok y a Chiring a dirigir a los yaks montaña arriba, abriendo una gigantesca huella.
Contemplar el Himalaya con su grandeza, los paisajes nevados, los grandes espacios, montañas verticales por todas partes, es simplemente bello, es una vivencia única, vital, me endurece, y me alivia de los problemas que uno acumula en la a veces absurda vida que llevamos en occidente.
Ahora sólo me preocupa avanzar, dar el siguiente paso, y gritar una vez más: “¡Chuuuuuuu yak, ah, ah, ah, tssssssssssuuuuu!”, que significa: “dale yak, sube bonito.” Avanzamos a paso muy lento, para dar tiempo a que el yak se recupere de su brutal esfuerzo en las pendientes muy inclinadas.
Me sobra tiempo y observo el paisaje fantástico que me rodea. Ahora soy montañero, aventurero y pastor de yaks. Estoy completamente feliz, muy feliz. Qué simpleza, y a la vez qué belleza.No me importa el frío, ni el viento, ni el aire enrarecido, al contrario, me hace fuerte, rudo, me adapto, no pienso…
Así, durante muchas horas, atravesamos cinco collados brutales. Estamos extenuados, pero justo detrás del último collado, las nieves y hielo dejan paso al otro lado al Reino del Mustang. Es absolutamente diferente. No hay nieve, valles de color ocre descienden, mucho más bajos. Encima están las montañas nevadas y los altos collados, debajo las tierras del próspero Reino del Mustang.
Hay una tormenta de nieve en el horizonte y el fantástico juego de luces del Himalaya hace su aparición: es la puesta del sol. Hemos llegado justo al campamento en mitad de la nada. Ponemos nuestras tiendas de campaña en una terraza natural colgada en el vacío. Debajo, el Reino del Mustang; arriba, el alto Dolpo, y a ambos lados, montañas de una verticalidad tan perfecta que parecen decorados. La tormenta lo pinta todo de color naranja, y las nubes dan la sensación de estar ardiendo. Es uno de los paisajes más hermosos que he visto en mi vida. Es un premio a tanto esfuerzo para alcanzar las bajas tierras del Mustang. ¡Lo hemos conseguido!
Hemos salido del alto Dolpo a las puertas del invierno, aunque todavía nos quedarán unas cuantas jornadas para llegar a una aldea donde hay una pista de tierra a 2.800 metros de altura donde cogeremos una avioneta que nos llevará a Katmandú. Pero queda mucho para que llegue ese día. Aún estamos muy lejos, recién entrados en el Reino del Mustang. Agotados, cenamos y a dormir. El día siguiente será muy largo…
Pasamos la noche, amanece, y… ¡sorpresa!
¡Nos faltan diez Yaks!
Sí, como os cuento, diez yaks han desaparecido. Los hemos buscado durante todo el día y no están. Los yakeros jóvenes dicen que ya nunca los veremos. Como si intuyeran su dramático destino han desaparecido en la noche, y ahora estamos tirados en este mágico lugar, sin poder movernos.
Hemos llegado a una lejana aldea a buscar ayuda, pero parece que se nos resiste, y aquí estoy escribiéndoos desde esta atalaya natural donde he visto uno de los paisajes más increíbles de mi vida, sin saber qué será de nuestro destino. No tenemos transporte, no podemos movernos.
Los “mantas” de nuestros yakeros han dejado escapar, por incompetentes, a los yaks. Supongo que no podrán regresar a su pueblo porque han perdido una fortuna y su jefe les va a dar una paliza…Parece una broma pesada, o es más bien un chiste, pero la realidad es que salimos hace dos días de Charka Bhot con 18 yaks, y ya sólo nos quedan tres. Hemos bautizado esta caravana, como “La caravana de los hermanos Marx”…
Me alegro por los yaks, que han sabido esquivar la muerte, su destino final, consistente en servir de filetes en alguna cena. Me alegro de que sean libres y salvajes, y me alegro aún más de que el tipo que decidió que nos guiaran dos inexpertos chavales haya perdido sus yaks, y por lo tanto las 40.000 rupias que le iban a pagar por cabeza. Lo siento por los chavales, pero ellos son los únicos responsables, por su mala cabeza y el exceso de bebida alcohólica. Ahora, mientras os escribo esta crónica en mi tienda, me estoy tronchando de risa, por este inesperado giro que ha dado nuestra aventura.
¡Hemos perdido los yaks! Ja, ja, ja, ja, y no tenemos ni idea de cómo llegaremos a Jomsom, ja,ja, ja, cuándo llegaremos a Katmandú, ja, ja, ja,… y ya son 40 días de expedición, y con un futuro inmediato que da la risa, ja, ja, ja. Me troncho de la risa. ¡Joder, qué pena damos!...
Me miro la pinta que llevo y tengo más mierda que el palo un gallinero, ja, ja, ja, me hago bolas de roña cuando rasco cualquier parte de mi piel, esto sí que es bueno, ja, ja, ja…En fin, que lo mejor es reírse. Ya encontraremos una salida a este entuerto, aunque de momento estamos tirados en mitad del Himalaya más desconocido, ja, ja, ja, ¡que me parto!
Jesús Calleja desde cualquier sitio en mitad de la nada, ja, ja, ja… ...