Sólo pensar que está en peligro de extinción debido a la pesca indiscriminada, otra vez para alimentar a las zonas asiáticas, especialmente Japón y China, donde comen su aleta, que dicen que goza de poderes afrodisíacos, me parece una solemne estupidez del género humano. ¡Cuarenta millones de existencia y perfección para desaparecer en treinta años de humanos trasteando por los mares!
Estoy dentro de la jaula, embobado por este ser descendiente del Megalodón, que llegó a medir cinco veces más. Se mueve con destreza, sutil, suave, siempre regresa después de localizar el cebo y lo termina atacando, no sin antes medir todos los peligros. Es un tiburón que piensa y diseña, sobre la marcha, continuas estrategias de ataque. Es el único que mira con el ojo fuera del agua para observar el entorno.
Ha sido una de las emociones más fuertes que he tenido recientemente: mirar cara a cara a uno de los grandes tiburones blancos. Salgo de la jaula como si regresara de otro universo, el de las bestias. Ahora, lo primero que me viene a la cabeza es cómo mis amigos, Karlos, Óscar, y María pretenden bucear fuera de la jaula. Pienso honestamente que no están bien de la cabeza.
Al día siguiente volvemos a embarcarnos con el Capitán Roonie, un tipo muy simpático, alto y huesudo, que parece salido de una novela de Charles Dickens. Esperamos tener al menos la suerte de ayer, y con ese ánimo nos dirigimos al mismo lugar, cerca de las islas Dyar, el paraíso de los tiburones. No tenemos permiso, por lo que de nuevo nos meteremos en jaula. Hoy da mucha rabia porque el agua ya tiene la visibilidad que necesitamos para salir. Pero nadie se la juega porque pueden perder mucho. Así que decidimos seguir conociendo a estos escualos desde la protección de los barrotes.
Llegamos al lugar elegido y a los tres minutos de echar el cebo, aparece otro tremendo ejemplar gigantesco, que fotografiamos en unas aguas esta vez más claras. La silueta del escualo se perfila en el agua amenazadora, se mueve a su antojo sin miedo a nada ni a nadie, luego llegan dos más: ahora nos rodean tres grandes tiburones blancos, es una imagen espectacular. Pienso “por dios que no me caiga ahora con tanta camarita que llevo en mano, filmándolo todo, que ya me he dado dos resbalones…”
Echamos una cuerda con una boya y cebo en la punta, y de inmediato se lanzan a por ella. Óscar filma desde la jaula, María saca fotos también desde la jaula, Karlos filma desde la proa con otra cámara atada a una pértiga submarina, Emilio filma desde el barco, al igual que yo, que me muevo tanto dentro de la jaula como fuera en busca de las mayores sensaciones. Es absolutamente espeluznante ver como muerde el cebo, y no suelta por nada. El marinero tira con fuerza de la soga y el tiburón la quiere entera para el. Es una verdadera bestia que lo puede todo. Hoy llegan más tiburones que ayer, el agua esta más transparente y deciden atacar al cebo continuamente. Nos estamos poniendo las botas a imágenes espectaculares, que no tienen desperdicio. Espero que disfrutéis como lo hemos hecho nosotros. En ocasiones sale del agua enganchado al cebo, hasta la misma barandilla del barco. He tratado de tocarle el morro, pero cuando lo ves tan cerca la mano no obedece y se retira, por mucho que le digas lo contrario.
Amigos, es brutal, absolutamente brutal. Hoy el día mejor que ayer, incluyendo una vuelta sobre las islas Dyers, donde viven 6000 leones marinos, que son el alimento favorito de estos tiburones blancos. Incluso tratamos de cerrar un día fantástico con la foto soñada, la del tiburón saltando por encima del agua. La consiguen muy de vez en cuando, arrastrando a poco gas una silueta con la foca de plástico atada a un cabo. Como está en movimiento, en ocasiones los tiburones la confunden con una foca real y salen disparados a comerla. Con tanto impuso que salen del agua, a veces con el cuerpo entero. Ahora nos queda resolver el gran dilema: ¿podremos bucear en aguas abiertas, sin jaula de protección, y cebando el entorno con sangre y pescado para atraer a este perfecto depredador llamado tiburón blanco? Ésta es la razón principal de este desafío, pero me cuesta imaginarme ahí fuera, la verdad.
Hemos decidido alquilar una barca neumática y dirigirnos a un lugar que conocemos en el que abunda el tiburón blanco, donde además hay Kelp, algas gigantes en las que no se atreve a meterse el gran tiburón blanco porque se enreda en este laberinto de algas.
Nuestra estrategia es tirarnos encima de estas algas, nos tiraremos, y nos iremos al fondo. Sí: habéis oído bien. Yo he decidido que también lo haré. Yo sinceramente, amigos, no sé si seré capaz de lanzarme mañana a las aguas oscuras y frías en busca del mayor de todos los depredadores para mirarle a la cara en su territorio. Sé que es una locura en mayúsculas, pero me puede la curiosidad, el riesgo, la adrenalina, y yo que sé qué más. Repito que no os prometo nada, pero lo intentaré, gracias a la ayuda de mis amigos, con los que me siento arropado de alguna manera. Pienso que, como soy muy delgado y tengo poca carne, les interesara otro antes que yo por la cuenta que me tiene.
Amigos estoy “cagadito de miedo”, se acerca el día, y espero poder contároslo con mis brazos y piernas enteros. Estad atentos, va a ser indescriptible.
Nos vemos amigos, ¡espero!
Jesús Calleja desde Sudáfrica a punto de vivir la experiencia más espeluznante de mi vida