Tregua con el tiempo y ¡tiburones blancos! (1ª parte)
Hola amigos, de nuevo a las teclas del ordenador con mucha excitación.
Desde la ultima crónica el tiempo ha continuado siendo horrible; vendaval con aguacero, olas gigantes e incluso dos trombas de agua (tornados en el mar), que vemos desde la casa que tenemos alquilada a sólo diez metros la costa, se pisan unos a otros. El pesimismo nos hunde, no vemos ningún cambio y nos parece imposible que la cosa mejore. Empezamos a asumir que regresaremos a España sin ver el gran tiburón blanco. Pero todo tiene su momento.
El 9 de julio empieza a despejar y el día 10 las olas parecen haber rebajado su furia, como para no pensárnoslo dos veces. Llamamos a JP y nos comenta que no es razonable salir en nuestros barcos, pero que hay un capitán que no perdona y que saldrá con turistas. Hartos de estar en tierra, nos subimos para tener el primer contacto con el blanco. Nos dan una buena charla sobre seguridad a bordo, también nos explican la historia y características del tiburón blanco y nos instalan los chalecos salvavidas. Somos 14 en el barco más grande de esta localidad, que se dedica casi en exclusiva a enseñar el tiburón blanco. Partimos con un oleaje fuerte y la mitad de los pasajeros se marea a las primeras de cambio. A medida que nos adentramos, las olas son más altas. Los barcos van aquí a una velocidad asombrosa y los pantanazos son de órdago.
Pero lo peor llega cuando fondean la embarcación y apagan los motores. Nos movemos de lado a lado como peonzas y no podemos dejar de sujetarnos con fuerza. Lo primero que hacen es cebar el agua con una sopa de pescados, vísceras y otras “delicias olorosas”, para atraer al tiburón blanco. En poco más de diez minutos acuden algunos ejemplares de unos tres metros, que sólo verlos es espeluznante. Los vemos mal, porque el agua está removida y hay una pésima visibilidad. Imposible intentar una inmersión ese día. Lo único que vemos son hombres y mujeres asomados a la borda echando el desayuno. ¡Y han pagado un dineral! Parece mentira que el capitán salga a pesar de todo. El barco regresa a puerto con las caras descompuestas de más de la mitad de los turistas. Todo el mundo quiere regresar a puerto. Emilio y yo hemos pasado la primera prueba sin marearnos, aunque no se puede cantar victoria. Hoy hemos visto, aunque sea desde el barco y en malas condiciones, a los tiburones blancos por primea vez, y ha sido brutal.
Al llegar a puerto decidimos que mañana emplearemos por primera vez nuestro barco. Será sólo para nosotros; Karlos, Óscar, María, Emilio y yo. Pero existe un problema con el que no habíamos contado. Los días que teníamos reservados para bucear fuera de la jaula con los tiburones blancos han expirado. Ahora no tenemos permisos y eso, aquí en Sudáfrica, es sagrado. Se conceden muy pocos, por el altísimo riesgo que entraña, y además quieren que nadie bucee a 60 kilómetros alrededor para que no expolien una concha llamada “abalon”, que es una exquisitez en los mercados asiáticos por su sabor y porque, estúpidamente, dicen que posee propiedades afrodisíacas. En pocos años han esquilmados estos moluscos con pesca ilegal. Las patrulleras están cerca vigilándolo todo.
Es realmente un gran problema. Absurdo, porque es burocrático, pero insalvable. De momento, salimos rumbo a unas islas cercanas, las Dyer, donde hay una enorme colonia de leones marinos, que es la principal comida del gran tiburón blanco. Fondeamos y echamos el cebo, de pescados, sangre, etc. De la nada aparece, sin que hayamos apagado los motores, una hembra inmensa, de más de cuatro metros. Rápidamente echamos la jaula, la atamos bien al barco, porque las olas la zarandean y golpean continuamente contra el casco del barco. Una vez afianzada y en mitad de un vaivén que tumba al más experto, nos metemos Óscar y yo en esta jaula. Vestimos trajes secos y respiramos con dos reguladores de aire conectados a una botella. Cierran la jaula por arriba y quedamos herméticamente atrapados. No sería la primera vez que un tiburón salta por encima y se cuela dentro. ¿Os imagináis el papelón? Es agobiante y claustrofóbico, y el fuerte oleaje te golpea sin piedad contra los barrotes.
Al minuto aparece el “monstruo” de más de cuatro metros y unos 2000 kg de peso. Parece irreal, es impresionante verle de cerca, en el mar. Es un ser que ha dejado hace mucho tiempo de evolucionar, a pesar de llevar en la tierra algo más de cuarenta millones de años, porque es simplemente perfecto. Es el mejor de los depredadores. El más letal y eficaz. Se pasea delante de la jaula ante mis ojos desorbitados, y parece que no tiene fin. Se gira lentamente, se vuelve hacia la jaula hasta casi tocarla y me mira con su ojo de color azul. Me observa, se para y me dice que se detendrá todo el tiempo que quiera porque es el dueño y señor de esas aguas y yo no soy nadie. No tiene miedo a nada y menos a un tipo que pesa apenas 60 Kg. Creo entender el mensaje: no salgas de esa jaula o serás hoy mi merienda. Está excitado por la sopa de pescados con la que hemos atraído a los escualos. Abre la boca para morder un trozo de pescado que tenemos atado a una fuerte cuerda y de sus fauces sale “un lío de dientes”, que me deja perplejo. Es una bestialidad. Veo sus dientes, y la fila de otros dientes idénticos que tiene en el interior, que pasan a sustituir a los primeros si sufren algún percance. ¡El animal tiene hasta siete filas de dientes!