Helmer nos conduce por un sinfín de caminos en la selva, donde hace un calor que achicharra. En estas selvas viven jaguares, cocodrilos y muchas serpientes, siendo la mas peligrosa la de cascabel, que causa todos los años muertes. Helmer nos explica cómo se vive por aquí, de las duras condiciones de trabajo y las pocas oportunidades de los campesinos; que a pesar de ello son felices. Da gusto observar sus movimientos lentos para adaptarse al fatigoso calor, y siempre buena voluntad para todo, gente muy hospitalaria.
Por fin llegamos al cenote llamado San Antonio con nuestros dos 4x4 y la antigua camioneta de Helmer, además nos acompañan dos de sus hijos, el cuñado y un amigo. Vemos una pequeño agujero que fue pozo y lugar de sacrificio, allí instalamos un mecanismo de poleas y, atados al vehiculo, descendemos equipados con nuestros complejos y pesados equipos de submarinismo. Debajo se abre una campana muy amplia de unos 60 metros de diámetro y 15 metros de altura, a partir de aquí: agua hasta los 30 metros de profundidad.
Descendemos a las profundidades y nos quedamos atónitos con los huesos y calaveras (¡ humanas!). Aquí esta lleno de cadáveres que se han conservado desde hace más de 2.000 años, porque las aguas son pobres en oxígeno y dulces, y apenas hay descomposición orgánica. Los huesos y dientes están impecables, además hay cadáveres de animales.
Es un lugar sagrado de los antiguos mayas, y aquí uno se puede hacer una idea de lo que fue esta civilización, no en vano se siente un poco de repelús al bucear a tanta profundidad dentro de un agujero, por donde sólo entra un gigantesco rayo de luz azul que forma un fenómeno casi mágico.
El sol entra oblicuo con toda su potencia, se refleja en el agua y se proyecta otro sol interior sobre una parte de la bóveda; y el resto del súper rayo penetra hasta el fondo como un láser de color azul intenso. ¡Es increíble! En las fotos podéis apreciar éste fenómeno que, sumado a los cadáveres y la rareza de este buceo, me sirve para templar mis nervios y adquirir como dicen aquí el carácter suficiente para afrontar el desafío final. Nunca olvidaré este extraño buceo…
Nos sacan de este agujero enganchándonos a un vehículo mediante una cuerda y la polea, sacándonos del agujero con los 50 kg a la espalda, que parece que te va romper la columna vertebral.Después Helmer nos lleva a otro cenote, que está próximo, pero que nadie ha buceado, y las razones son dos: una el aislamiento del lugar, y otra que es un cenote que se encuentra 20 metros por encima del agua y, para el colmo, el borde está abovedado. Es decir: estamos sobre una visera voladiza, y para descender al cenote, hay que hacerlo utilizando técnicas de escalada.
Aquí entramos Emilio y yo en escena, y montamos un sistema de cuerdas atadas a un árbol, por donde descenderemos y ascenderemos utilizando la técnica de los puños “yumar”. Nos ponemos en marcha y descendemos primero los equipos y después nosotros. Hemos alcanzado las aguas a 20 metros de profundidad desde el borde del cenote, y ahora seremos los primeros que veremos qué hay en el fondo de este oscuro cenote.
La inmersión la hacemos con mucho cuidado, hay cantidad de árboles en el fondo que los huracanes arrancan precipitándolos al fondo; siendo elementos de riesgo por la posibilidad de engancharte a las ramas y quedar atrapado. También puede haber nubes de gases tóxicos en algunos niveles pudiendo ser letales, además de corrientes que pueden llegar a ser fuertes.