El Rey de Zangla
Día 18 de Enero del 2008. Por fin ha amanecido nevando poco y ha cesado el fortísimo viento que el día anterior nos imposibilitó nuestra partida al pueblo de Zangla. Hoy, nos pusimos en marcha hacia la aldea de Zangla. En condiciones normales, en tres horas y media hubiésemos llegado, pero la nieve nos hace caminar muy despacio y abrir huella resulta muy dificultoso. Nos turnamos en esa ingrata labor y avanzamos muy lentamente, pero sin pereza: es posible que cumpla uno de mis sueños de infancia, alcanzar “El reino del Zanskar”. Cuando leí el libro que lleva este título de Michael Peissel, uno de los pioneros que exploró los reinos ocultos del Himalaya, me pareció una de las mejores novelas de aventuras. Era una realidad y es posible que yo también la cumpla.
Después de unas cuantas horas divisamos Zangla en la ladera de una enorme montaña que parecía elevarse al infinito. Estábamos muy cerca de la aldea y nos dirigimos a la parte alta de la misma, a un pequeño monasterio ¡de monjas budistas!
Llegamos cansados y muertos de frío, el viento vuelve a soplar con cierta intensidad. Nos recibe una amable monja, que a su vez nos presenta a otra muy risueña y encantadora que se encargará de nosotros. He pedido hospedería y comida y sé que, según la costumbre zanskarí, no pueden negarse. En efecto, casi al instante nos aloja en su humilde habitación de a penas cuatro metros cuadrados a Emilio, “Arguiñano”, Phuntsog y a mí.
Pero antes de acomodarnos por completo, bajamos al pueblo para comprar comida y combustible. Nos hacemos con todas las provisiones sin problemas, y mientras tanto, ya de noche, nos sale medio pueblo al encuentro, especialmente niños que juegan y se lo pasan bomba con mis payasadas. Me pongo a baliar y cantar y ellos me siguen a coro.
De vuelta al monasterio, llamamos a la puerta de la habitación de nuestra monja amiga, que se llama Lobsan, y nos recibe con su eterna sonrisa. No sólo nos ofrece todas sus pertenencias, sino que se queda a cocinarnos una deliciosa cena a base de chapati (pan al estilo indio) y sabrosas verduras. También nos deja su pequeña batería que carga con paneles solares para mi equipo satélite.
Al día siguiente me levanto muy pronto porque no puedo dormir más, me espera uno de los sueños de mi niñez: conocer al rey del Zanskar.
Caminamos 20 minutos desde el pequeño monasterio y llegamos a una casa que nada tiene que ver con el resto. Es muy grande, con tres niveles y un torreón, ornamentos de madera bien trabajada en todas las ventanas, un patio de armas, sólida y de aspecto noble.
En efecto, estoy delante de la casa del “Gyalpo”, así se llama aquí al rey. Llamo cohibido a la puerta y me recibe un apuesto joven que resulta ser su hijo. Se presenta como el hijo del rey del Zangla, capital del Zanskar, y me hace saber que su padre, el rey, se llama Gyalses Nima Norboo Namgyal Ldey Kas. Es el rey de los cinco nombres y su hijo apostilla: ‘sólo un rey puede tener tres nombre y mi padre tiene cinco por su elevada nobleza’. Me quedo perplejo y si no fuera por su moderna indumentaria, pensaría que he retrocedido en el tiempo.
Le gusta nuestra presencia de extranjeros y me invita a pasar. La mala noticia es que el rey y la reina están en la capital del Ladakh, asistiendo a los sepelios de una persona muy importante de la política regional. Me da mucha pena no poder verlos en persona, pero me queda el consuelo de estar con el heredero de la corona zanskari.
Nos invita a tomar el té, después de enseñarnos el palacio de adobe y piedra. En la habitación del trono han gobernado varios antepasados, reyes en tiempos mejores. Ahora, con la llegada de la república a toda la India, ya no reinan a pesar de que todo el pueblo les sigue mirando y respetando como los reyes del Zanskar. En la actualidad son consejeros y ostentan cargos políticos que defienden a los zanskaries. Nadie duda de su nobleza y sobre todo de su influencia en el pasado, heredada a nuestros días.
En ese salón donde hablé largo rato con el heredero de la corona del Zanskar, había innumerables tesoros: pinturas en lienzos, llamadas “tankas”, de más de cuatrocientos años de antigüedad, utensilios de plata, “dorjes”, sedas, y un sin fin de “cosas de reyes”.
Tengo la sensación de estar viviendo el mejor cuento de aventuras: estoy en un remoto valle conversando en la habitación del trono con un futuro rey, en un lugar que casi no viene en los mapas y al que para llegar hay que pasar muchos peligros y penalidades.
Son muy pocos los que en invierno consiguen alcanzar este paraíso escondido en el que el tiempo se ha detenido. De momento, seguimos siendo la única caravana de once personas que ha llegado hasta aquí por la peligrosa ruta helada del “chadar”, nombre con que se conoce a la garganta de las aguas gélidas del río Zanskar.
Al atardecer, regreso emocionado y aturdido de tantas emociones a lomo de un caballo que nos han prestado en Zangla para llegar, lo más pronto posible, de nuevo a Pidmo. Estamos a punto de volver a Leh por la misma que nos trajo aquí: ¡La ruta helada!
Si el río esta ahora mas congelado que al venir, será más fácil. Si no es así, tendremos que retomar nuestros pasos, atravesando de nuevo los altos pasos de montaña para salvar ese fatídico punto sin hielo, y eso si que sería una pesadilla.
Mañana empieza otra intensa aventura que os seguiré contando si dispongo de carga eléctrica en las baterías del equipo satélite.
¡Seguid atentos, amigos!
Jesús Calleja desde un lugar perdido en el tiempo en el que existen reyes medievales en el corazón inhóspito del Himalaya.