Llegamos al poblado Himba
¡Hola de nuevo!
Ya estamos en marcha, y al principio las pistas son medianamente buenas, pero enseguida empiezan a empeorar, hasta convertirse en sinuosas. Conducimos varias horas a través de un paisaje grandioso, hasta alcanzar la frontera de Angola. Hasta aquí bien. Pero la pista se terminó y ahora no hay más que sendas y mucho fuera de pista.
Decididos, nos dirigimos hacia el oeste y para recorrer 5 kilómetros hemos tardado más de una hora. Nos perdimos, nos metimos prácticamente en el río, y nos atascamos en la arena. Después encontramos un camino de vacas, que en ocasiones se ensanchaba algo más. Así muchas horas conduciendo con todo tipo de trampas, agujeros, socavones, fangales, ríos, arenales, rocas, más rocas, piedras, muchas piedras, y sobre todo unos desniveles que ponen los pelos de punta. En ocasiones vamos subiéndonos por las rocas, dando bandazos continuamente, sin poder dejar de acelerar, pues hay tal inclinación, que se nos levantan las ruedas delanteras, teniendo que usar todo tipo de artimañas, para sujetar el volante y no quedar atascados, o aún peor: volcar. Hemos estado apunto en varias ocasiones, y por los pelos libramos.
Ya no hay manera de encontrar sendas, estamos abriendo ruta campo a través, por este desolado terreno semi árido donde solo viven culebras, reptiles, escorpiones, y poco más. Avanzamos a duras penas, y nos perdemos continuamente. Los descensos eran terribles, golpeando los bajos del coche contra las rocas. ¡No hay camino! ¡Estamos literalmente subiendo las montañas áridas con un vehiculo 4x4! ¡Creo que estamos locos! Ahora Kike, Emilio y yo pensamos que el coche nunca saldrá de aquí.
De noche alcanzamos un pueblo llamado Epupa, increíble pero hemos llegado hasta aquí. Nunca antes había hecho nada parecido, y me ha parecido excesivo donde hemos metido el coche. ¡Han sido 16 horas de conducción para 180 kilómetros! Agotados montamos las tiendas que están sujetas en una especie de vaca y nos sorprende gratamente lo fácil de su instalación. Estamos derrotados y nos vamos a dormir bajo el estruendo de una cascada, que visitaremos al día siguiente.
Por la mañana, alucinamos con las vistas brutales de la cascada de 40 metros de profundidad, y gran número de saltos por todas partes. De un lado nosotros en Namibia, y al otro Angola. Decidimos continuar, hacia el sur primero, y luego al oeste de nuevo. A partir de este punto que parte de una localidad llamada Okangwati, donde por cierto hemos cargado gasolina que nos han vendido en garrafas, y tomarnos una cerveza en un cutre lugar, estilo África profunda, nos ponemos en marcha.
Nos recomiendan que nos vayamos por esa ruta. Hay un paso muy difícil de franquear, llamado Van Zyls, donde si te metes no hay marcha atrás. Es de tal desnivel el descenso, por una peligrosísima mini ruta, que es imposible retornar, el coche hay que dejarlo caer, y controlar esa caída con pericia, literalmente por las rocas descarnadas. Todos lo tenemos claro, aceptamos el reto, porque es la manera de alcanzar las autenticas y aisladas tribus de los himbas.
De nuevo conducimos muchas horas por lugares espectaculares, pero de mucha dificultad en la conducción, hasta alcanzar gran altura, y ya sobre una meseta desde donde se divisa en todo su esplendor las montañas de Otjiveze, nos encontramos con una empalizada de tribus himbas. No se quien se sorprendió mas, si nosotros o ellos, pero allí estábamos. El guía himba que contratamos en Opuwo nos servirá para entendernos con ellos, pues tienen muchas tradiciones, y entre ellas la de guerreros, y sin permiso, no se puede entrar en sus tierras, y menos sacarles una foto. Esto te puede costar muy caro. Nuestro guía y amigo Key Key, que así se llama, se adentra conmigo para pedir permiso para grabarles y poder montar nuestro campamento junto a ellos. Las negociaciones duran media hora pero, ¡tenemos permiso! Ahora conoceremos de cerca una de las tribus más aisladas de África.
Hasta aquí mi historia de hoy. Seguiré con mis aventuras muy pronto.
Jesús Calleja