Inmersión sin jaula y otras emociones (II)
Decido tirarme, creo que yo también he entrado en ese frenesí de la sinrazón, a los pocos minutos estoy listo. Todos estamos preparados, con las pértigas de defensa, las cámaras de vídeo, y todo lo necesario. Sobre todo focos para iluminar, pues no se ve casi nada. Uno, dos, tres… ya estamos en el agua. Me atenazan los nervios, no me acuerdo del protocolo. ¿Qué había que hacer, abrir la válvula del traje seco, o cerrarla? Ah, sí: ya me acuerdo, abrirla, y bajar muy deprisa por el cabo del ancla, que en superficie es donde atacan… ¿Dónde atacan?
Me entra el pánico, pienso que en cualquier momento aparecerá desde el fondo y me morderá.
Empiezo a actuar sobre mi chaleco de flotabilidad, abro la válvula del traje, y empiezo a descender, menos mal que tengo siempre a mi lado a Karlos, Oscar y Maria, mientras JP va delante oteando, al menos pienso que se comerían a él primero antes que a mí. “Qué consuelo mas estúpido”, me digo a mí mismo.
Seguimos el descenso, sin apenas visibilidad, todo son partículas verdes de plancton alrededor, y los rayos del sol entran haciendo unas formas muy curiosas. Al reflejarse en el plancton son como rayos que empiezan de color verde y hacia al fondo ya son negros.
Seguimos el descenso, quiero llegar al fondo lo más rápido posible, dicen que allí es donde no suelen atacar, pues lo hace de abajo arriba. Increíble, veo el fondo, cuando casi me estrello con él al descender deprisa. ¡No hay a penas visibilidad! El tiburón puede estar al lado nuestro y no lo veríamos. Comenzamos a bucear en círculo para protegernos. JP toma la delantera y se mueve ahora muy despacio y avanzamos hacia el cebo de pescado y sangre.
Una vez localizado, vemos decenas y decenas de langostas alrededor del cebo comiendo lo que sale, son muy carroñeras y se están dando el festín. Pronto vemos a un tiburón gato, y los curiosos tiburones pequeñitos que se enroscan, también hay avalons, es lo único que podemos distinguir en esas aguas verdes.
Todos nos vigilamos unos a otros, y casi no avanzamos para no perder la referencia del ancla. Pero yo me pregunto qué pasa de todo el protocolo de actuación que teníamos, nos lo hemos saltado entero. ¡Estamos sin ninguna protección de seguridad en aguas abiertas, pero sin a penas visibilidad, y al lado del cebo! ¡Qué pedazo de locura!
Creo que todos nos damos cuenta de la insensatez que estamos cometiendo, aunque no podamos comunicarnos debajo del agua, aunque JP, el más experto en tiburones de todos nosotros, nos hace la seña de subir, de subir inmediatamente, es absurdo estar expuestos a este tremendo peligro. Los tiburones blancos pueden estar muy, pero muy cerca de nosotros y no les estamos viendo, y eso es un peligro mortal. No hacen falta demasiadas señas, todos damos el OK, y para arriba.
Es el momento más arriesgado, puede venir el jaretón de abajo a arriba en cualquier momento, y sobre todo en superficie es el momento crítico, por lo que decidimos subir de uno a uno. Mientras subimos, vamos aflojando todos los “clips” del equipo y los soltamos inmediatamente en superficie, para saltar al barco lo más rápido posible, y que los de arriba nos ayuden.
Deciden que sea yo el primero en ascender. Tengo que hacer la maniobra solo y a mucha velocidad, no haremos parada de seguridad. Asciendo como un cohete con el miedo metido hasta el último poro de mi cuerpo, llego a superficie, y suelto los “clips”. Emilio y el señor del barco me ayudan, y prácticamente me sacan en volandas del agua. Ya estoy en el barco. Doy gracias por estar vivo, pero quedan mis compañeros que van saliendo uno a uno. Ya estamos todos. Nos miramos y adivino que estamos felices de estar enteros, después de bucear en estas terribles aguas de a penas visibilidad, aunque adivino que hay frustración de no haber tenido suerte con el último día, y con la última oportunidad de ver al tiburón cara a cara y sin protección de la jaula. Pero las condiciones eran nefastas y muy peligrosas, fuera de los mínimos rangos de seguridad. Os recuerdo que casi nadie ha hecho esto, y nosotros lo hemos intentado en las peores condiciones posibles. Karlos, Oscar, y María tienen una determinación encomiable, y conocen perfectamente el riesgo que hemos tomado.
Yo soy más bien un inconsciente, que me puede, cuando se trata de un reto con mucha adrenalina, aunque me he dado cuenta cómo hemos tentado a la suerte.
Pero estamos todos bien, ha sido una experiencia increíble, y allí mismo en la pequeña embarcación nos prometemos que lo intentaremos de nuevo juntos, posiblemente en otra parte del planeta. Queremos ver de cerca al tiburón blanco sin jaula. Seguramente él nos ha visto. Al menos lo hemos hecho: nos hemos sumergido en las frías y oscuras aguas, sin a penas visibilidad, sin jaula, y en busca del gran tiburón blanco.
Tengo que quemar toda la adrenalina que tengo acumulada, y se me ocurre una buena idea: de regreso al aeropuerto hemos quedado con unos tipos que tienen montado un tinglado en Sudáfrica muy curioso: un angar en el aeropuerto con unos aviones de combate que han reconstruido y preparado para poder volarlos. He aceptado el reto de volar en el caza de combate más rápido y radical de toda su colección.
Llegamos de nuevo a Ciudad del Cabo, y nos dirigimos a un lugar llamado Thunder City. Me encuentro con estos sudafricanos que tienen una auténtica locura por la velocidad y las acrobacias. Son expertos pilotos de combate, y han preparado los aviones para llevarlos al límite. Les cuento que vengo desde España y trabajo en un programa de televisión en el que hacemos desafíos por todo el mundo, y que he decidido probar el suyo. Se echan unas risas porque me ven pequeño y muy decidido, por lo que me dicen que si quiero emociones fuertes, las tendré en el avión English Electric Lightning, traducido algo así como el “rayo eléctrico”.
Pero además me sorprenden diciendo que si tengo lo que hay que tener que no utilizaremos el traje “anti-G”, un sistema que te protege de las brutales aceleraciones y que se acoplan todos, los pilotos de combate para poder soportar las fuerzas de gravedad que se multiplican exponencialmente a medida que las maniobras son más bruscas. Yo una vez más inconsciente de mí digo que acepto el reto.
Me dan varias charlas de seguridad, sobre todo si hay que hacer uso del asiento eyectable, algo que me pone los pelos de punta, sólo de pensar que debajo de mi culo llevaré literalmente un cohete.
Por fin conozco a Mike, el que será mi piloto y además dueño del tinglado. Es un tipo curioso al que todo el mundo respeta pues su currículum es increíble, charlamos un buen rato y me dice que muchos artistas americanos han venido a probar estas sensaciones, y lo normal, me enseña un vídeo para que lo vea, es que la gente pierda el conocimiento y vomite si se vuela sin el traje anti-G, pero que ahí esta el más difícil todavía.
Llega el momento de dirigirme al avión, y me impacta el “pedazo de pepino” con dos motores de este caza ingles que ha batido en su época todas las marcas conocidas de velocidad y aceleración, incluso puede alcanzar casi tres veces la barrera del sonido, y acelerar en vertical a 55.000 pies minuto. ¡Una salvajada!
Me instalan en el asiento eyector, me explican los últimos protocolos, cierran la cabina, y rodamos a cabecera de pista. Según acelera ya me doy cuenta en qué bestia estoy metido, pero la sorpresa viene cuando tira de la palanca y asciende en vertical a toda potencia, volamos con una aceleración de 55.000 pies minuto, ¡sin traje anti-G!, y el cerebro literalmente se me va para atrás. “No lo puedo soportar”, me digo. “Mike está esperando que le mande parar, pero antes muerto que tirar la toalla”.
Sigo aguantando la aceleración. Ahora mi cuerpo por las fuerzas “G”, pesa unos 400 kilogramos. No me puedo mover, ascendemos sin parar, el cacharro puede sobre pasar los 20.000 metros de altura. ¿Cuándo terminará el ascenso? Estoy al límite.
El avión llega a un punto en el ascenso vertical en el que el experto piloto para los motores, el avión empieza a retorcerse y caemos dando vueltas para todas partes. Parece que vamos sin control y nos vamos a estrellar, pero no son más que las tretas de Mike. Imaginaros una lavadora en el programa de centrifugado, pero a toda velocidad, pues ahí estoy metido.
Cuando parece que nos aplastaremos contra el suelo, acelera de nuevo y empieza a hacer toneles, giros, vueltas de 360º, en fin una locura detrás de otra. Me pongo amarillo, luego observo en las pantallas de las dos cámaras de grabación que tengo en la cabina que no tengo sangre en la cabeza que se ha ido a los pies y no es broma, estoy de color azul. En un momento determinado empiezo a darme cuanta que me voy a desmayar, recuerdo lo que me decía: que me desmayaré, y me fastidia que va a tener razón.
Creo haberme desmayado al menos tres veces, pero dos o tres segundos, justo cuando los “G”, son tan brutales que nada se puede hacer y te desmayas. A pesar de todo estoy disfrutando, aunque al límite de lo soportable, pero el listón del sufrimiento lo pongo yo, solo tengo que decirle que afloje, pero no lo hago, y soporto lo indescriptible. Menos mal que llega el momento de aterrizar.
Tomamos tierra sin problemas, Mike que es muy parco en palabras me dice “tipo duro”, he soportado todas sus torturas sin protestar, me ha llevado al límite de lo soportable sin la protección de un traje anti-G. Os aseguro que cuando veáis las imágenes vais a alucinar, porque yo las vi al descender del avión, y me cambió el “careto” varias veces por las brutales fuerzas de aceleración. Se ve claramente los micro-desmayos. Lo veréis muy pronto en los nuevos capítulos de Desafío Extremo.
Bueno amigos, me toca regresar, han sido increíbles las experiencias en Sudáfrica, yo diría que diferentes a todo lo que he hecho hasta ahora, pero muy pronto estaré metido en otros líos, serán algunos en España, y el próximo septiembre viajaré a Nepal para escalar la quinta montaña mas alta del mundo: el Makalu.
Jesús Calleja desde Sudáfrica, un lugar perfecto para aventuras extremas.