A las seis de la mañana intentamos tomar algo caliente pero es imposible. Los estómagos están cerrados. No se puede desayunar a las seis de la mañana, tirados en el suelo helado, sin más boñigas de yak para hacer fuego. Estamos rígidos de frío, así que lo mejor será ponerse en marcha…
Con el GPS y el mapa calculamos que tenemos que recorrer una distancia de unos 35 kilómetros entre ida y vuelta, salvando más 1.000 metros de desnivel. Vamos a escalar el Arniko Chulé, de 6.000 metros de altura. El día será durísimo. Lo mejor es empezar cuanto antes. Subimos a la grupa de los caballos con el “culete” magullado del día anterior y de nuevo pasan las horas a caballo. No sé ni cómo pueden caminar tanto a esa altura que se me antoja excesiva para los equinos pero avanzamos y, después de tres horas el caballo ya no se puede continuar. Hay rocas por todas partes. Los hombres de los caballos esperarán en este punto nuestro regreso de la montaña. Nos equipamos con el material de alta montaña y con toda la ropa que tenemos. El frío es intensísimo.
Justo cuando comenzábamos a caminar en dirección al Arniko Chuli todos coincidimos en que el pico es un poco decepcionante. No tiene casi nada de nieve. Miramos a nuestro alrededor y vemos un gran número de montañas todas ellas por encima de los 6.000 metros y más bellas.
Discutimos el asunto, miramos los mapas, y los tres fijamos la vista en una cumbre, concretamente hacia el este. Sin duda es alta, tampoco tiene demasiada nieve, pero a cambio tiene glaciar propio. En los mapas satélite comprobamos que tiene un gran glaciar y que en su cara oeste está repleta de nieve y hielo de gran profundidad, una masa de hielo que se extiende muchos kilómetros hasta encadenar varias montañas de más de 6.000 metros.
Pensamos que es mucho más atractiva y además creemos que ningún occidental ha estado antes en la cima de esta montaña. Podríamos ponerle nombre. ¡Eso estaría muy bien!… Pondremos el nombre con todo el respeto y cautela ante estas cosas, pues hasta el momento no hemos encontrado bibliografía que asegure que algún extranjero ha escalado esta montaña. Es posible que algún tibetano la haya ascendido, como es práctica habitual entre los lugareños del alto Dolpo. En fin, esta montaña aparece en el mapa sin ningún nombre y la vamos a bautizar… si alcanzamos la cima.
El ascenso empieza gradual hasta una especie de collado que marcamos en el GPS y cuya altura es de 5.670 metros. A partir de ese punto comienza una penosa ascensión por rocas gigantescas a nuestra derecha, que nos obligan a echar las manos y vigilar bien dónde ponemos los pies, sobre todo con estas botas tan poco flexibles que tenemos y que son estupendas para la nieve, el hielo y aíslan muy bien del frío. Sin embargo en terreno rocoso son terribles y hay que extremar las precauciones.
Parece que estamos escalando la pirámide de Keops debido a la verticalidad y la forma casi perfecta. Trepamos por rocas de granito inmensas, apiladas unas encima de las otras en equilibrio precario, rocas que nacen de una base y convergen en una punta. Si no estuviésemos en un lugar tan remoto pensaríamos que alguna civilización construyó esta pirámide adrede.