Hola otra vez, amigos. Como os prometí, sigo con mi relato:
Está atardeciendo, hace calor pero no molesta, el disco del sol es rojizo y muy africano, y la piel roja de la tintura ocre de los himbas les hace brillar como personas irreales, que no encajan en el siglo XXI. Hemos llegado a Marte, pero los himbas viven igual en esta remota parte de África. Nada ha cambiado, no hay ni un signo de modernidad. Se adornan, visten, comen, en definitiva, viven igual que generaciones pasadas. Nos sentimos afortunados de intercambiar culturas, de tocarnos, reírnos, jugar, y cenar con ellos. Les damos nuestros regalos de comidas, pues aquí no existe el dinero y no lo quieren aunque se lo des, pues no hacen nada con él. Todo su mundo se basa en el número de vacas que tengas. Son la moneda de cambio, y sirven para todo. Tendrás tantas mujeres como vacas pagues, es una sociedad de patriarcado; te juzgarán los delitos que cometas los jefes de tribus, y pagarás en vacas, incluso el asesinato se paga en vacas.
Hemos conocido a un angoleño que cruzó el río Kunene ilegalmente para trabajar para los himbas construyendo sus empalizadas, y se le paga en vacas. Lleva seis meses trabajando, y ya tiene 6 vacas ganadas, y espera a que las aguas desciendan para regresar a su aldea angoleña. Estamos relajados y asombrados de ver este mundo, casi imposible en estos tiempos de sociedades globalizadas. Nos sentimos a gusto de compartir todo lo que tenemos con esta sencilla pero orgullosa familia himba. Es de mis mejores sensaciones en África, lo mismo dicen Kike y Emilio. No creímos que existiera un lugar así, con tribus tan ancladas en el tiempo. El color es el ocre, todo es ocre, las casas, la ropas, la piel, todo se tiñe de ocre, y el sol lo acentúa aún más, es un mundo de color rojo.
Nos vamos a nuestro campamento y nos metemos en las tiendas, completamente alucinados, sin comentar palabra, han sido muchas sensaciones difíciles de digerir en un solo día de convivencia himba, mañana será otro día.
La mañana siguiente la pasamos con ellos. Desayunamos juntos. Nosotros nuestra leche de cartón que tenemos en las neveras eléctricas, y ellos la suya directamente de las vacas. Beben leche, para desayunar, comer, cenar… y en pocas ocasiones comen carne de vaca o cabra. Nos dejan ordeñar con ellos las vacas, hacer mantequilla, adecentar sus limpias chozas de palos y barro, y jugar con los pequeños. No queremos separarnos de ellos, hay algo vital que nos une, pero hay que continuar. El tiempo, el reloj y las prisas siempre nos persiguen en nuestro mundo occidentalizado mientras ellos, los himbas, ni siquiera saben lo que es el tiempo, ni conocen el reloj, nadie sabe sus años y todo fluye muy despacio. Key Key se ríe, y dice “¡¡Es África!!”.
Estamos de nuevo metidos en un tremendo “fregado” y nos adentramos al punto del no retorno. No me extraña, cuando hemos encarado las primeras rampas nos quedamos mudos. Era como bajar una gran escalera tallada en la roca, arrastrando todo el suelo del Toyota. En cualquier momento se romperá, dice Kike, y yo me lo creo. Es demasiado, esto se reventará. El caso es que el coche aguantó.
La llanura que ahora atravesamos es magnífica, es de dimensiones gigantescas, de hierba seca muy alta, y salteada de animales salvajes, es la máxima expresión de la pureza, nadie a cientos de kilómetros, ni pueblos, nada, sólo llanura herbosa otra vez africana. Estamos sin palabras, sobre todo cuando se pone el sol, y lo tiñe de colores irreales. Conducimos unas horas más de noche hasta llegar a un lugar indeterminado en mitad de la nada, desde donde os escribo, sin saber siquiera si España, que jugó ayer, ha ganado o no, contra Italia en los malditos cuartos de final. Así es la vida en África, en este pedazo de África intocada, al norte de Namibia.
Mañana el día estará cargado de emociones, y en poco tiempo estaremos escalando unas espectaculares paredes de granito en esta árida parte de Namibia. Es mi siguiente desafío.
Jesús Calleja desde algún lugar de Namibia.