Por fin estamos metidos en harina.
Siempre que empiezo una expedición me ocurre lo mismo: una mezcla de nerviosismo y ansiedad por empezar. Tengo que aprender a disfrutar todos los previos antes de una expedición, pero es tanto lo que me gustan las aventuras y en especial la montaña que es cuando empiezo verdaderamente a ser feliz.
Nos aproximamos en autobús hasta los 1.800 metros que es donde comienza la senda de la ruta que escogimos: La Marango, que en sí mismo es un regalo para los ojos. Hay infinidad de campos cultivados que desbordan plátanos, tapioca, frutas exóticas, etc… La gente da la sensación que vive mejor y los niños están más limpios y van al colegio. El Kilimanjaro aporta el 95 % del agua con el que se riegan estos cultivos y por lo tanto es fuente de riqueza y exotismo. Es como un milagro: una protuberancia que se alza en mitad de los llanos de la seca sabana, que toca el cielo con sus casi 6.000 metros, y que destaca sobre todo el conjunto. No hay cordillera alguna, está solamente él, el imponente y elegante Kilimanjaro, con sus blancas nieves y glaciares de su cima. Es simplemente la montaña aislada más alta del mundo.
Es tan difícil expresar desde estas letras la magnitud de esta perfecta obra de la naturaleza que intentaré describir el escenario:
Visto desde la sabana es algo irreal. Estas viendo pastar a las gacelas, a las elegantes y esbeltas jirafas comer brotes de las acacias, o a un elefante abanicar sus orejas y de telón de fondo el aislado Kilimanjaro con sus crestas blancas a solo 400 Km del ecuador.
Pero cuando comienzas el ascenso que parte desde un lugar a 1.800 metros, ya todo se magnifica aun más. Se comienza en una espesa e impenetrable selva húmeda, la niebla está casi siempre presente, y el ruido de animales, especialmente el de los monos, le dan plena vida al entorno. En determinadas zonas los leones, elefantes o búfalos cafre ascienden por sus laderas a alturas considerables en este tramo de jungla.
Luego a 2.700 metros de altitud se llega al primer campo de altura llamado Mandara, después de caminar por un sendero, que parece un hachazo que alguna deidad griega a modo de broma secciono la jungla para dejarnos ascender, por sus imposibles laderas colapsadas de vegetación.
En este campamento nos acogen los tanzanos con su infinita amabilidad, para alojarnos en unas encantadoras cabañas de madera de cuatro personas de capacidad, donde nuestro cocinero nos prepara un plato a base de patatas cocidas, vegetales, salsa y un filete, eso sí, mas que carne parecía una tachuela; a Kike se le hizo bola y se le atascó en el carrillo, pues no había quien lo tragara.
Estábamos rodeados de monos que no paran de chillar y se mueven por los árboles con una destreza casi imposible. Destacan los monos de cabeza azul, y otros de dos colores, blancos y negros. Da la sensación que en un momento determinado se abalanzarían sobre nosotros.
Al día siguiente continuamos con el ascenso al campamento II a 3.720 m de altitud.
Ha sido un día largo, con sus 11 kilómetros y 1000 metros de desnivel, pero el tiempo se nos pasa deprisa del hartón que nos damos a ver paisaje sobrecogedor.
Nieblas que dramatizan más el entorno, pastizales, árboles milenarios, lianas, barbas de San Jorge, ficus, agua por todas partes, en definitiva un auténtico espectáculo de la naturaleza, y de pronto ¡Puf!, el bosque encantado da paso a un nuevo paisaje de características alpinas. Pasto bajo, arbustos, pocos árboles, y sobre todo una especie de planta milenaria sacada directamente del cuaternario, endémica del Kilimanjaro llamada algo así como Cenicio, llamada tambien berza gallega (es broma), y una especie de cactus gigante con tronco de árbol y de aspecto carnosa. Así continuamos metiéndonos y saliéndonos de la niebla constantemente, como si el Kilimanjaro jugara a no dejarnos ver tanta belleza de repente, porque si la viéramos del tirón, nos empacharía.
Así alcanzamos el campo II a las 3 de la tarde, desde donde escribo esta crónica, metido en mi saco de dormir, pues la temperatura se ha desplomado y la niebla lo cubre todo.
Quizás todo lo que he vivido hasta ahora y el calor de los cuatro en nuestra pequeña cabaña de 8 metros cuadrados y el embrujo de las nieblas del Kilimanjaro, me encuentro relajado, nostálgico y feliz.
Mis compañeros de expedición Kike, Emilio y Marcos también os quieren saludar en esta relajada crónica.
Jesús Calleja desde las nieves del Kilimanjaro.