Desierto tórrido (segunda parte)
Amanece el día más caluroso de cuantos llevamos. Nos ponemos en marcha con nuestros cuatro camellos, y nos dirigimos con un nuevo rumbo de emergencia, aunque no podemos caminar mucho tiempo pues, a las tres horas, de nuevo el infierno, con temperaturas en el aire de 52 grados, nos hace detenernos.
Literalmente nos duelen los ojos del calor, el líquido lagrimal no soporta este exceso. Tenemos que montar, con un bastón de montaña y una manta, un precario sombrajo en mitad del arenal, y esperar a que atardezca para poder continuar. Desde allí pedimos auxilio, y que nos rescaten. Estamos a 24 horas de poder morir. Claramente, sin cortapisas. Estamos sin agua (sólo un litro y medio para los cuatro), sin comida, sin rumbo, perdidos… Gracias al teléfono satélite, conseguimos que ocho horas después llegue nuestro rescate.
Dos vehículos Toyota consiguen, con mucho esfuerzo y con una preparación especial, llegar a nuestras coordenadas que les dimos vía GPS. Estamos salvados, in extremis, algo disgustados con Rob, por no decirnos la verdad, que esto le quedaba grande, muy grande y también nosotros asumimos la culpa de pretender emular a los beduinos, que durante cientos de años se han adaptado a estos infernales desiertos como nadie. Recibimos una pequeña bronca, o más bien las risas de los beduinos modernos que nos han salvado con los Toyota y, de paso, le damos la bienvenida al nuevo beduino que desde este momento se hará cargo de nosotros, y nos enseñara las artes de la supervivencia en el desierto más hostil del planeta. Se llama Alí.
También decidimos continuar, a pesar del susto que tenemos en el cuerpo, pero hemos aprendido la primera lección. Humildad ante este Desafío monumental.
No puede haber más fallos… aunque nos seguirán sucediendo, a pesar de llevar beduino, que cada poco nos recuerda con un gesto de desaprobación, que estas tierras no son para esta época del año. Ahora sólo caminamos de 6.00 h a 10h de la mañana, y de las 16:00 h de la tarde a las 21:00h de la noche. Amanece a las cinco de la mañana y oscurece a las 18.30h.
La mejor hora para caminar es la noche, la cual aprovechamos. Al día hacemos un total de 30 kilómetros, siendo terribles al caminar por la arena, el esfuerzo es más del doble. También el beduino nos enseña a ponernos las únicas ropas que funcionan a estas temperaturas, que es una especie de falda donde todo se ventila, sin utilización de calzoncillos, y una ligera camiseta de algodón. Vamos descalzos, con una especie de calcetín tejido con nudos muy abiertos para vaciar la arena inmediatamente según se nos mete. También nos protegerá de las picaduras de los numerosos escorpiones, aunque no de las víboras. Rafa decide probar otro calzado que él se ha preparado personalmente en España. Como bien dice: “modernidad frente a tradición”.
Dormimos al raso, y aprovechamos las horas menos calientes para caminar. También entendemos dónde hay que pisar y dónde no. El desierto está lleno de vida, y suele ser muy peligrosa. En este desierto hay serpientes de veneno mortal, están dos de las especies de víbora más mortales del planeta, y viven debajo de la arena, así como escorpiones muy venenosos, como el escorpión negro.
Ahora ya estamos entendiendo este lugar tan hostil y sentimos más confianza, porque está con nosotros un beduino. Aun así, nos esperan etapas de dureza extrema y, como guinda final, dos días antes de llegar a Tiwi tendremos que abandonar las dunas de arena y los camellos, cargar las mochilas hasta los topes para ser autónomos y ascender una cordillera, hasta los 2.250 metros de altura y después descender, para, por fin, llegar a la costa noreste, donde está el puerto de Tiwi y termina la Ruta del Incienso.
No tengo ni idea de si lo conseguiremos, pues esta aventura es extrema de verdad, nunca jamás sentí unas temperaturas tan radicales, además de la soledad de enfrentarte a estas condiciones tan extremas, sabiendo que estamos solos, en una época en la que ni los mismos beduinos se adentran en la hostilidad este desierto.
Amigos, no sé cuándo os podré escribir de nuevo, pues el viento constante y la finísima arena se mete por todos lados, estropeando la electrónica, y sólo hoy, que conseguimos llegar a un oasis, os he podido escribir. Pero sin duda, estar atentos, que esta aventura está resultando “infernal”.
Jesús Calleja desde el mismísimo infierno de Omán.