A medida que seguimos caminando empiezan aparecer piedras de lava, escorias, piedras más grandes y pesadas, después las “bombas”, formadas por lava arrojada a gran distancia, e incluso rocas de tres toneladas o más. Vemos todo esto a medida que nos acercamos al peligroso cráter que lo ha expulsado: el Bembouw. Voy pensado que, si el volcán ha lanzado esto hasta aquí, como le dé por cabrearse y nos pille en su borde, estamos “fritos”, sin ninguna posibilidad de sobrevivir.
Absorto en mis pensamientos sigo avanzando confiando en quitarme el miedo que tengo encima sólo de pensar que intentaremos meternos en el cráter. Doy por hecho que no tendremos problemas en alcanzar la cima del cráter.
A medida que ascendemos empieza a soplar un viento fortísimo de unos 70 kilómetros por hora. Nos quedan las rampas más empinadas, pero no revisten especial dificultad, aunque el viento aumenta exponencialmente con la altura.
Lo que ocurre es que el viento asciende muy rápido desde el mar hasta esta altitud en la que no hay ni un solo obstáculo. Es un volcán de libro y el viento corre libre, acelerándose a cada metro que asciende.
Después llega a la caldera y se encuentra con el caos de gases venenosos y vapores ardiendo que salen de los cuatro cráteres (miles de toneladas diarias), y éstos interaccionan con el aire que ya viene acelerándose. Al mezclarse, se aceleran aun más, se convierten en torbellinos que, al alcanzar las fuertes pendientes finales de los cráteres principales, el Marun y el Bembouw, siguen acelerándose aún mucho más hasta soplar a 100 kilómetros por hora y ráfagas aún más veloces.
Este es el escenario que nos encontramos en la cima del cráter Bembouw: vientos huracanados, gases por doquier, el interior del cráter no deja ver nada, está colapsado de gases que apenas logran escapar porque entre el viento de convección y las espesas nubes encima del cráter, los gases tienen muchas dificultades para salir del mismo. ¡Es imposible intentar descender al interior! Con este panorama, sería una muerte segura en apenas diez minutos.
Nos conformamos esta vez con caminar por el borde del cráter y observar hacia adentro cuando las fuertes rachas de viento nos dejan alguna oportunidad de ver algo en las entrañas del Bembouw.
Estamos asustados de mirar este cráter. Su tamaño es gigante, ruge como un dragón al removerse la lava continuamente y a gran velocidad. Una lava que oímos pero que no vemos. Es como el gran monstruo que nos avisa de que saldrá, si no nos marchamos de allí. No me extraña que hace unos 150 años se arrojaran niños a su interior, en unos rituales que se hacían para aplacar la ira de estos volcanes que han matado a muchas personas a lo largo de la historia.
No sé si sentimos decepción o alegría al saber que no nos podemos meter en su interior
. No hay condiciones mínimas para la seguridad, sino todo lo contrario. Está en pésimas condiciones y nos mataría sin duda.