Alegrías y tristezas desde el volcán Sangay
Hola amigos, las tristezas del título de esta crónica es porque ha muerto mi buen amigo Iñaki Ochoa. Es una noticia terrible. Era sin duda el mejor alpinista español en activo. Estaba intentando su último ocho mil, de los 14 que existen en el planeta y posiblemente un edema cerebral se lo llevó al otro mundo. Como alpinista, difícil será encontrar otro igual en técnica, fuerza y velocidad, pero más difícil aún será encontrarlo como persona. Cuando hablabas con él, te embobaba, era un pozo de sabiduría, y su manera de entender la vida siempre fue una referencia para mí. Amigo Iñaki, quiero recordarte con esa eterna sonrisa, siempre ayudando a los demás y llenándome de orgullo cada vez que realizabas una de esas increíbles gestas. Estés donde estés, quiero que sepas que te he dedicado la cima del Volcán Sangay. Amigo, ¡¿cómo nos has hecho esta faena?! Te queremos mucho y ahora nos has dejado un enorme vacío, difícil de superar. Para mí, estarás siempre vivo en mi mente y mi corazón. ¡Iñaki, amigo, siempre contigo!
Es difícil para mí escribir que he conseguido otra esquiva cima, la del volcán Sangay, el más activo de América y de los más activos del mundo, después de esta terrible noticia. Pero lo voy hacer como si aún estuvieras vivo y te lo estuviese contando. Es mi último homenaje para ti, Iñaki.
Nos levantamos a las tres de la mañana para intentar la cima pero no estábamos seguros de que pudiéramos hacerla. El tiempo es horrible, como todos los días. Estamos a 3.550 metros y para alcanzar los 5.230 metros de la cima, casi hay 1.700 de desnivel. Hay que pasar de la pura jungla a la nieve y luego al hielo, para llegar más tarde a la parte de ceniza densa que está en los alrededores del cráter. A las 7 de la mañana se despeja el cielo por primera vez en toda la expedición y no quedan más excusas para no ir en busca de esa cima.
Nos vestimos muy deprisa, cogimos algo de comer y empezamos a remontar las primeras rampas, metidas en plena jungla. Es tan espesa que hay que ir abriéndose camino machete en mano. Así proseguimos a buen ritmo, hasta que el tiempo dio un vuelco radical y empezó a llover con todas sus fuerzas.
Nuestros ojos en esta ascensión son los de Ángel, un lugareño que ha hecho sus cursos de andinismo, como aquí se conoce al alpinismo. No sé cómo lo hace, pero el muy “perrete”, encuentra rutas para progresar en este caos de vegetación y valles de coladas de lava. Poco a poco ascendemos y abandonamos la zona de jungla, para llegar a otro territorio diferente, colonizado por musgos y algún extraño arbusto que parece haber salido de épocas más remotas. Termina esta singular zona para entrar en otra, la de las lavas. Ahora no hay vegetación, solo piedras de basalto, piedras pómez y cenizas. Ésta zona es tediosa y se hace pesada, es muy vertical pero al final alcanzamos la parte más alta y llegamos a una atalaya natural, justo donde empieza la nieve. Sí, has oído bien Iñaki, partimos de la jungla espesa y en tres horas estamos en la nieve. ¡Es de locos!
Empezamos a ascender en diagonal hacia la cara este del volcán, hemos llegado a la zona más expuesta de caída de rocas y piedras. Mientras cruzamos, el volcán expulsa miles de rocas que continuamente se nos vienen encima. Tengo miedo, y miro más hacia arriba que al suelo. La nieve se va endureciendo y se forma casi hielo. Es momento de ponerse los crampones y seguir progresando. De repente se pone a nevar con furia y ya no deja de nevar en todo el rato. Pero seguimos ascendiendo. Estamos próximos a la cima y todo se vuelve más peligroso. Emilio y yo comentamos que la ascensión pasada al Aconcagua nos pareció mas benigna, a pesar de sus casi 7.000 metros.
Seguimos ascendiendo por rampas de nieve y hielo más inclinadas, no podemos cometer ni un error porque terminaríamos más de mil metros hacia abajo, la verticalidad es notable. Hincamos un crampón, luego el otro, respiramos y vuelta a empezar. Ya sabes, esa monotonía que tú bien conoces. ¡Pero si ya estamos por encima de este primer cráter y a tan solo 50 metros del segundo! Vemos una gran fumarola y nos dirigimos hacia ella. Ángel nos dice que no, pero Emilio y yo queremos grabarla para ‘Desafío extremo’. Dicho y hecho, nos plantamos cerca de ella. Lo filmamos y continuamos hacia el cráter principal, al que Ángel llama “la puerta del infierno”. ¡Qué locura Iñaki, nos vamos al borde del cráter! Ángel grita pero Emilio y yo estamos embrujados por los temblores, las explosiones, el olor azufre y el continuo sentir de rocas que salen volando y se estrellan en algún lugar muy próximo a nosotros. Te lo juro, Iñaki, asomamos el morro en el mismísimo borde del cráter.
Dimos la vuelta, con las escasas fuerzas que nos quedaban, ya teníamos en el cuerpo 1.700 metros de desnivel. Pero antes nos comimos el “bocata”, en el primer cráter, que no explota. ¡Qué espectáculo tan fantástico y brutal! Allí supe, cuando llamé por mi teléfono satélite a casa, que habías decido dejarnos para correrte otras aventuras más excepcionales. Allí donde estés, diseñarás nuevos proyectos y serás feliz. Pero quiero que te lleves esta cima, te la dedico, es de esas que enganchan, de las que apasionan. ¡Toda para ti!
Descendimos sin novedad y vuelta a la selva para retornar a España cuando proceda. Pero esa es otra historia que ya te contaré…
Adiós amigo, hasta luego. A partir de ahora cuando leas mis crónicas quiero que sepas que buena parte de ellas serán para ti, amigo, buen amigo.
Tu siempre amigo Jesús Calleja