Quien no haya escuchado todavía a Richard Hawley (Sheffield, Reino Unido, 1967) se está negando el placer de disfrutar de una de las voces más evocadoras de la últimas décadas. Un crooner atípico que parece moldeado en acero del profundo Sheffield. Un guitarrista que ha catado lo mejor y lo peor de la vida de un rockero y que ahora reniega del tiempo perdido cuando era un adicto que solo tocaba de vez en cuando.
Su calidad como intérprete ha ido descubriéndose a medida que se alejaba de sus años sombríos en bandas como Longpigs, que más que ayudarle le echaron encima la penúltima palada de tierra. Cuando pensaba que ya no podía caer mas bajo, su carismático amigo Jarvis Cocker apareció como un superhéroe de Marvel y juntos formaron Pulp. Fue Cocker quien le dio el empujón para probar suerte en solitario como cantante. Así nació un primer álbum de siete temas con claras influencias del mejor Elvis Presley. Después, el ex guitarrista de Pulp encadenaría trabajos de altísima calidad en Coles Corner, Lady's Bridge, Truelove´s Gutter y Standing at The sky's Edge. Así que el músico que nunca pensó que llegaría a los 40 no sólo no ha desistido, sino que acaba de publicar 'Hollow Meadows' y lo presentará en España el próximo noviembre.
Hawley puede estar tranquilo. No hay voz demasiado profunda. Ese era uno de sus mayores temores cuando daba sus primeros pasos como crooner. Timbres así son los que marcan la diferencia. Barítonos como el de Sheffield o Matt Berninger (The National), gargantas sublimes e impenetrables al estilo Kurt Wagner (Lambchop) y, por qué no, Santi Balmes (Love of Lesbian).
A Hawley le ha dado tiempo de aburrirse y crear. También de aplicar en carne propia las teorías sobre la holgazanería de Tom Hodgkinson (Elogio de la pereza) durante el año y medio que ha pasado en reposo por problemas de salud. Hollow Meadows es el resultado del sufrimiento y la vulnerabilidad que se perciben al escuchar la delicadeza extrema de "Nothing Like A Friend "y "I Still Want You".
Es Perfecto para cerrar los ojos en un día de lluvia y dejarse llevar. O abrirlos para siempre sumergidos en el océano como los peces de Erri de Luca.