Acabo de enterarme de que existe el síndrome de Marfan. No me avergüenza reconocerlo porque algunos amigos bien informados en temas médicos tampoco sabían nada de esta enfermedad rara. Lo descubrí saltando de ventana en ventana por internet, como un ladrón de joyas en un hotel de lujo. Así llegué hasta Bradford Cox (Athens, Georgia, 1982), el líder de la original banda Deerhunter, formada en Atlanta en 2001. El síndrome de Marfan es responsable de su alargadísima silueta. Da la impresión de que Cox esté siempre a punto de descoyuntarse, de ir perdiendo brazos y piernas por el camino, como un niño travieso de aspecto enfermizo y energía descontrolada.
Aparentemente recuperado del grave accidente de tráfico que sufrió el año pasado y del que prefiere no hablar, Cox regresa con Fading Frontier. Es el séptimo álbum de estudio de Deerhunter. Luminoso y diáfano, en la tradición del mejor pop, más cerca de Weird Era Cont y Microcastle que de Cryptograms. Solo algunas ráfagas oscuras interfieren en el fluir de "Living My Life", "Breaker" o "Take Care". Lo que otros llamarían melodías etéreas son para mi azoteas que liberan la mente.
Confieso mi falta de interés hacia el resto de integrantes de la banda. Cox es lenguaraz y esquivo. No se anda con simplezas si la vida se le puede ir en un soplo. Le veo echar espumarajos por la boca contra los Smiths, detalle que no debo perdonarle, o asegurar que es gay para no tener hijos que amen a Taylor Swift. Recuerdo su impactante aparición en la película The Dallas Buyers Club (Jean-Marc Vallée). Cox era Sunny, el inefable amante de Rayon, transexual enfermo de sida que le dio un Oscar al actor y cantante Jared Leto.
Al contrario de lo que pensaba Kafka, no parece que en momentos de debilidad la más leve preocupación sea suficiente para disolver al polifacético Bradford Cox. Fading Frontier transforma el verano en un tiempo eterno. Aunque te asomes a la ventana y afuera siga lloviendo.