No escribas sobre él. Nadie lo leerá. Fue la recomendación de una persona bienintencionada que sin embargo demostró poca sensibilidad. Ni una letra por el bueno de Harry Dean Stanton cuando se fue con 91 años. Hasta hoy.
Meses después de morir regresa del otro mundo a lo grande. Lucky, opera prima de John Carroll Lynch, es el segundo y último papel protagonista de su carrera después del imborrable Travis de París, Texas, a las órdenes de Win Wenders. Tres décadas separan ambos trabajos y, como siempre que el actor californiano entra en plano, no hay un solo gesto inútil. Domina la precisión y la profundidad. Cine sencillo y auténtico que nunca se olvida.
“El tiempo es buen amigo de verdad, porque cobra y porque paga, porque quita y porque da…” La ranchera "Con el tiempo y un ganchito" de Pedro Infante envuelve el dormitorio cuando Lucky se despierta con el primer cigarrillo del día en la boca, antes de hacer sus ejercicios de yoga, asearse, beber un vaso de leche y ponerse el sombrero para dirigirse a la cafetería de siempre, encontrarse con le gente de siempre y matar la mañana haciendo crucigramas.
Lucky es una metralleta de preguntas incómodas. Una catapulta de genialidades reservadas a la valentía de la vejez. Ese momento en que casi todo te interesa tanto como a un niño las teorías de la Escuela Keynesiana. Salvo que un desconocido se atreva a ocupar tu sitio en el bar.
El abuelo gruñón con piernas de alambre nos vacía el cerebro para hacer sitio a lo que importa de verdad. “El realismo existe”, repite Lucky. Es una actitud ante la vida para aceptar lo que hay, sabiendo que la muerte espera, que te va dando señales y que al final, después de todo, solo queda la nada. Conceptos que Lucky se empeña en explicar con desesperación a sus compañeros de barra, entre quienes se encuentra un maravilloso David Lynch interpretando al amigo excéntrico que planea dejar su herencia a un galápago centenario.
El testamento cinematográfico de Harry Dean Stanton está colmado de momentos frágiles y preciosos. Win Wenders decía de su actor fetiche que podía haber sido un gran cantante. De hecho, el director alemán contó en alguna ocasión que al finalizar el rodaje de París, Texas, Harry insistió en irse de gira con Ry Cooder. Sin embargo, el músico no permitió que el capricho durara más de cuatro conciertos.
Pero si hay una oportunidad robada al destino antes de la retirada definitiva, es ese instante de felicidad real que nos transmite su rostro mientras canta la archiconocida y versionada “Volver, Volver”, de Fernando Z. Maldonado en una fiesta de cumpleaños. No hacía falta que John Carroll Lynch le dijera, “ hazlo como si fuera la última vez”, porque el actor sabía que no habría otras películas.
Lucky debe poner en orden sus deudas con el pasado. Decir lo que ha callado por miedo o por desidia. Todos escondemos algo aparentemente imperdonable. Su tormento fue matar a un ruiseñor cuando era niño en el día más triste de su vida. Y el silencio se hizo sobre el mundo. El filósofo Josep María Esquirol lo describe muy bien en La penúltima bondad: “Quien no perciba lo más sencillo, tampoco sentirá lo más hondo”. Sencillo y hondo. Así te recordaré Harry Dean Stanton.