Para los días absurdos me reservo la sonrisa de Jane Birkin colgada en una pared del salón. Para las tardes grises, el recuerdo de Françoise Hardy susurrando 'Tous les garçons et les filles''Tous les garçons et les filles en el rincón de juegos de mi infancia. Fue mi primera revelación musical. Aquella melena rubia tan parisina me parecía el refugio de la humanidad. El consuelo de la hermana mayor que no tenía. Y por alguna extraña razón siempre vuelve. Será porque la memoria se guarda sus momentos para dejar que pase la luz.
Ante dos mujeres así ¿cómo expresar aquello que se escapa sin apenas tiempo de comprender que existió? No las comparo con los hombres que amaron. Porque no son parte de ellos, ni ellos podrían explicarlas jamás en su plenitud. Como dice el filósofo alemán Makus Gabriel, “nuestra capacidad de ser alguien no es una consecuencia de nuestra interacción con otros”. Françoise Hardy (Paris, 1944) y Jane Birkin (Londres, 1946) son constelaciones en sí mismas, artistas carentes de impostura. Mujeres con aura. Talento terrenal, desnudo y casi hiriente de tan natural como resulta al contemplarlas.
Las dos musas de la Francia de los años 60 regresan al unísono. Con la misma elegancia de siempre, con la misma engañosa apariencia de fragilidad. Birkin lo hace con Birkin/Gainsbourg, Le Symphonique (Warner music), un disco homenaje al poeta, cantante y el que fuera su pareja durante más de una década, Serge Gainsbourg. Hardy nos revela los peores y más duros pasajes de su vida en sus memorias, La desesperación de los Simios... y otras bagatelas La desesperación de los Simios... y otras bagatelas(Expediciones polares), con traducción de Felipe Cabrerizo y prólogo de Diego A. Manrique.
La actriz y cantante británica interpreta clásicos de Gainsbourg como 'From L'Anamour', 'Lost Song' o 'Lost Song''La Javanaise' después de pasar una temporada en el infierno llorando el suicidio de su hija Kate. Y Hardy rejuvenece su alma a los setenta. Cuando ya no hay hombre que le marque el paso ni ponga grilletes a su corazón. Aunque Jacques Dutronc, su compañero desde hace décadas, es todavía hoy una presencia constante, igual que su inseparable amante. Desde la década de los ochenta Hardy libra además otra batalla en su cuerpo, devastado por un linfoma de Hodgkin. Una lucha incompatible a veces con los escenarios y fuente de angustia para quienes la siguen idolatrando.
Cansadas quizás. O más libres que nunca. Birkin y Hardy son un revulsivo milagroso contra la vulgaridad. Escuchar ahora su versión a dúo de 'Comment te dire adieu', Comment te dire adieu'de Serge Gainsbourg, calma el desasosiego del último existencialista. Y con sensual abandono nos transmiten una lección de estilo 'très chic'. La vida les ha dado la vuelta. Aunque sospecho que a solas con su yo más profundo —el yo de la inseguridad, la timidez o el dolor—, el escenario y los aplausos no han dejado de ser para ellas un infranqueable agujero negro. O, por qué no, una maldición.