Llevo semanas escuchando a Marvin Gaye. Recupero una costumbre de mi época universitaria, ahora que acaban de cumplirse 30 años de su muerte. A estas alturas se ha dicho de todo sobre la estrella de la Motown: de su vida a golpe de soul atiborrado de drogas y de su muerte a los 44 años acribillado a balazos por su padre, un predicador obsesionado hasta el desvarío por la atormentada existencia de un hijo fuera de control.
En el entreacto de tanto homenaje, y dentro de la mejor tradición del género, aparece con inusitada fuerza un joven de Birmingham. Jacob Banks tiene "charme", 22 esplendorosos años y muchas ganas de tocar el cielo.
Jacob Banks llega en plena fiebre británica por revitalizar el soul, alma desgarrada que prendió en una legión de grupos encabezada por The Beatles, Rolling Stones o The Kinks, la mítica banda de Ray Davies de la que, por cierto, se cumplen 50 años y el musical "Sunny Afternoon" lo celebra estos días en el Hampstead Theatre de Londres. El soul siempre ha estado ahí, flotando en el aire de Inglaterra. Pendiente de que talentos como Amy Winehouse abrieran nuevamente el surco. Ella lo hizo con "Frank", el primer álbum que publicó en 2002. Lástima que se quedara a mitad de trayecto después de habernos sometido a una descarga emocional difícil de superar.
El músico de Birmingham apunta al original. Lo devuelve a la vida en una nueva versión del Marvin Gaye del siglo XXI. Con similares hechuras y una profundidad vocal demoledora, incluido un ligero tic en la boca al cantar, Banks cobra cuerpo en el EP "The Mologue". Sin duda, un trabajo anclado a su propia historia, la calle, la insatisfacción juvenil y la nostalgia. Sólo necesitó una semana para idearlo. Y el resultado es una sabía combinación de influencias e inquietudes. Será por su dominio multiinstrumentista o por la ilimitada versatilidad que desprende. Es evidente que mima con idéntica solvencia los ritmos del r&b, hip hop o funk. Tan pronto te pone a bailar con "Rainy Day" como te hunde en la más brumosa melancolía si escuchas "Dear Simone". Entonces me viene a la mente un artículo que leí sobre una dolencia, o mejor dicho, una carencia sorprendente, la anhedonia musical. Es la ausencia de toda emoción ante cualquier tipo de expresión melódica. Una verdadera tortura, eso de no sentirte atravesado por una corriente descomunal aunque te rodees de artistas con cualidades excepcionales como Al Green, Sam Cooke, Otis Redding, Curtis Mayfield, Percy Siedge o Bill Whiters.