El infierno de Emma Reyes
Hace mucho tiempo que no sufría tanto con un libro. Por culpa de una niña. Se llamaba Emma Reyes (Bogotá, 1919- Burdeos, 2003). Con el tiempo llegó a ser una pintora reconocida. Pero antes tuvo que soportar una infancia atroz. Su vida fue un constante ir y venir, viajar, huir… Ese endemoniado pasado del que ella no fue consciente hasta la madurez es el contenido de las veintitrés cartas que Reyes envió a un amigo, el escritor y diplomático Germán Arciniegas, desde 1969 hasta 1997. El material también llegó a manos de Gabriel García Márquez, fascinado por la belleza literaria de los textos, tanto que convenció a la artista para que no dejará de escribir y aceptara que se publicaran tras su muerte. Hoy esas cartas componen un relato sobrecogedor e imprescindible: Memoria por correspondencia
¿Hay algo más dramático que el dolor de un niño golpeado e ignorado? Nuestra infancia nos delata: puede ser el paraíso, como sostenía Rainer María Rilke, o el infierno. El infierno de una niña de cuatro años, minúscula y bizca. Una criatura que desconoce el valor de la palabra madre y que vive encerrada como un animal. Primero, en una habitación sin ventanas al mundo, junto a sus hermanos, en un barrio de Bogotá. “Ya no teníamos noción ni de los días ni de las noches; la bacinilla ya estaba llena de nuestros excrementos y empezamos a emplear un platón. La vecina venía una sola vez al día y nos dejaba una grande olla de mazamorra”. Más tarde, en un convento triste y asfixiante, donde Emma pasó quince duros años de incomprensión. “ Nuestras vidas estaban dirigidas a dos únicos fines que marchaban al mismo tiempo: trabajar al máximo para ganar lo que nos comíamos y, según las monjas, salvar nuestras almas”.
Emma va desprendiéndose de todo en cada una de sus cartas a Arciniegas. Emplea un lenguaje blanco y sin rencor. Incluso cuando describe el día más cruel de su existencia. “Creo que en ese momento aprendí de un solo golpe lo que es la injusticia y que un niño de cuatro años puede ya sentir el deseo de no querer vivir más y ambicionar ser devorado por las entrañas de la tierra”. Escalofriante y simple manera de expresar cómo se sintió al abandonar a su hermano pequeño en la puerta de una casa en plena noche.
Emma Reyes te conmueve profundamente sin pretenderlo. Qué desdicha para otros lo que en ella resultó ser un ejemplo de fortaleza. Una mujer que aprendió a leer y escribir cuando ya era adulta. Y que lo exprimió todo. Nunca imaginaría el efecto perturbador de sus cartas en quienes hemos compartido con el corazón encogido la ausencia, la terrible ausencia de afecto y compasión en su vida de niña.