Escribo esta entrada cuando acabo de conocer la repentina muerte de Julián Rodríguez Marcos. Mi último descubrimiento, 'Iluminada' (Periférica & Errata Naturae, 2019) de Mary Karr (Texas, 1955) se lo debo a él. La perturbadora obra de autoficción de una mujer deshilachada por el alcohol, en cuya vida no hay pespuntes posibles que detengan las pérdidas, las borracheras con un hijo en brazos, o la presencia imponente de una madre esclava de la botella que llegó a amenazarla con un revólver. "Es la historia que quiero contar: cómo empecé a emborracharme. Lo complicado, cada vez más, que era emborracharme, y lo imposible que me resultaba no estar borracha. En términos homéricos, yo quería ser una heroína, pero acabé- igual que mi madre-convertida en un monstruo".
Quien haya leído 'Manual para mujeres de la limpieza', de Lucia Berlín (Alaska, 1936- California, 2004) entenderá el tesoro literario que esconde la prosa de Karr. Ironía en estado puro de mujer inteligente: "masco el caramelo, más satisfecha que una cerda en un charco de barro. Ni siento, ni padezco”. La autora de 'El Club de los mentirosos' no tiene nada que guardar porque ya no le queda ni un átomo de intimidad que proteger. Y lo exhibe sin disimulo entre subidones etílicos y vomitonas. Se ríe de sí misma. “Prefiero beber antes que amar”. No parece importarle la patética realidad cotidiana que flota en su seminconsciencia, como el protagonista de aquellos 'Días sin Huella', de Charles R. Jackson, que llevó al cine Billy Wilder.
Como en toda historia de alcoholismo, Karr intentará dejarlo: "pintar el piso, escribir un libro, quitarse de la priva, si: mañana”. Mañana, mañana, mañana. La escritora regateará con insistencia la maldición de sentarse junto a otros compañeros a la deriva. Y tratará de ver sus aspiraciones poéticas como la única promesa de salvación en la noche oscura: “Me aferraba al mito de que la poesía sería capaz de apaciguar mi alterada mente como por arte de magia”.
Para mayor desesperación, su matrimonio con un joven poeta responsable y adinerado le recordará a cada trago el escozor de no sentirse a la altura. Decía entonces que era una "escritorzuela" y hoy firma con éxito un libro extraordinario. "Qué objeto tan pequeño y puro podía ser un poema, compuesto sólo de aire, una diminuta hilera de letras a veces tan minúscula que te cabía en la palma de la mano”. Gracias, Mary Karr. Gracias, Julián Rodríguez Marcos.