Un día de furia con Benjamin Booker
No es posible vivir siempre bajo el dolor existencialista de melodías nostálgicas y grises. Acaba una en un estado melancólico lamentable, como una piltrafa humana sólo apta para las rimas. Me paso largas temporadas enchufada a los momentos más lánguidos y envolventes de Lambchop, esperando ansiosa un regreso que se retrasa más que un vuelo de Iberia Madrid-Asturias. Por eso es aconsejable hacer un hueco, de vez en cuando, al guitarreo intestinal y a la crudeza del punk y el rock primigenios.
Benjamin Booker es un joven de Virginia con un ardor escénico próximo a la devastación. Acaba de debutar con su álbum homónimo. Y podemos asegurar, sin ambages, que estamos ante un animal indómito de 25 años que convulsiona entre la locura de los riffs y los quejidos sureños que aprendió de niño escuchando al cantante y guitarrista Blind Willie Johnson. La suya es la típica historia del músico que llega al lugar exacto en el momento oportuno y, sean o no ciertos, cuenta con ese tipo de detalles que agigantan el magnetismo de una estrella ante el público. Booker quería triunfar como periodista, estudió para ello en Florida, pero le cerraron la puerta en la radio musical mas importante de EEUU. Sin embargo, el destino tenía consuelo para el chaval de Tampa. Cuatro canciones grabadas en casa resultarían suficientes para enloquecer a un alma inquieta como Jack White (The White Stripes), quien no dudo en proponerle que se fuera de fiesta con él en calidad de telonero.
Booker no tenía aún su álbum de ATO Récords en las manos, publicado a finales de agosto, y ya había reventado los platós de David Letterman y Conan O'Brien. El músico destila alma vieja de Nueva Orleans, alma con espinas, desgarrada, exhausta, atormentada y redimida por la fuerza del punk-rock. Todo un revulsivo para contrarrestar la religiosidad paterna, el amor al gospel y el sueño familiar de verle vestido de marine, luchando por el honor patrio en el infierno iraquí.
La música de Benjamin Booker produce un efecto profundo y rápido. Un instante de furia asesina que saca a pasear en cada concierto. Quizá por eso baste una idea de Rainer María Rilke para definirlo: "Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar".