Samanta Villar asume un nuevo reto para retratar la cara más dura de la crisis: vivir durante 21 días como un miembro más de una familia numerosa angustiada por el paro, buscando los trabajos que otros rechazan para sobrevivir. Un crisol de historias interrelacionadas con un nexo de unión: una situación económica que ha castigado con crudeza a la clase trabajadora.
Samanta convivirá durante tres semanas con la familia de Andrés (51 años) y Nati (48 años). La empresa donde Andrés llevaba 14 años trabajando no le paga desde hace diez meses. No puede cobrar el paro, ya que no ha sido despedido y legalmente sigue contratado; lleva seis meses en huelga junto a sus compañeros, a la espera de que salga el juicio que pueda resolver su situación. Por las tardes, de vez en cuando consigue hacer junto a un amigo alguna mudanza que le permite llevar algo de dinero a casa. Casi todos los días visita a su madre de 90 años que, a pesar de tener una pensión de solo 400 euros, suele darle algo de dinero y un cartón de leche. Las consecuencias de la crisis se manifiestan también en su deterioro físico: en seis meses se ha quedado calvo y sufre insomnio. No tienen dinero para los seguros de los dos coches que tiene la familia y cada día recibe llamadas de los acreedores. Las deudas les ahogan.
Su esposa, Nati, se ganaba la vida limpiando escaleras hasta que una lesión de espalda y unos vértigos le impidieron seguir trabajando. Ahora está en tratamiento por depresión debido a la angustia económica que están pasando. En casa viven junto a sus hijos Braulio (23 años), Nisamar (26 años), y Yaiza (29 años) y sus nietos Jesús (6 años e hijo de Nisamar) y Tani (11 años e hija de Yaiza). Braulio trabajaba en una gasolinera, pero lleva cinco meses en paro. Ha echado currículos, pero no encuentra nada. Su ilusión es lograr un trabajo para recuperar su coche, que tuvo que vender debido a la crisis.
A pesar de sus estrecheces económicas, hay días que se juntan hasta 11 familiares para comer en casa. Samanta sentirá la angustia de estar en una casa en la que se vive al día y en la que la comida no está asegurada. Por ello se ha visto obligada a coger varios trabajos mal retribuidos y sin garantías, para poder ofrecer una pequeña ayuda a la familia. Junto a Braulio repartirán publicidad durante ocho horas bajo el sol por 20 euros al día. Además, aprenderá lo duro que es trabajar como señora de la limpieza. Fregará escaleras y baños por cuatro euros la hora.
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